El balance de la educación en los tres años del actual sexenio es alarmante. Sin una política definida, los distintos niveles del sistema educativo operan conforme a sus particulares criterios, con la recurrencia de visiones chatas, ridículas a menudo y siempre autoritarias por determinación de sus principales directivos.
Desde 2007 hasta la fecha se ha creído que con la sola realización de múltiples evaluaciones pueden superarse las magras condiciones educativas de la mayoría de la población, sin tomar las medidas necesarias para que los resultados de aquéllas se traduzcan en mecanismos de cambio o superación. En 2008, Felipe Calderón inclusive exigió a la entonces secretaria de Educación rendir cuentas “mes tras mes” de los avances logrados a partir de esas evaluaciones. Pero eso no ocurrió.
Mientras tanto, los indicadores más conocidos revelan que tenemos uno de los peores sistemas educativos del mundo porque, aun cuando la mayoría de nuestros estudiantes de educación básica son capaces de identificar los conceptos mínimos requeridos –por ejemplo en lectura y matemáticas–, no pueden comprender ni analizar el contenido de lo que leen o procesan, como tampoco su significado literario, estético, subliminal o abstracto. Señalan igualmente que la educación de alto nivel –que en México cuenta con algunas de las mejores universidades públicas del mundo, al igual que con excelentes maestros e investigadores– sigue siendo para una minoría: el 17% del grupo de edad escolar correspondiente.
Además, se sabe que durante estos tres años se ha mantenido la reducción de los recursos financieros destinados al sector; que los profesores no tienen ninguna perspectiva de mejoramiento de sus condiciones profesionales; que la infraestructura escolar está deteriorada; que el currículum es obsoleto y rígido, enciclopédico y memorístico; que se han propiciado la mercantilización educativa y el incremento de los precios de matriculación en escuelas privadas de baja calidad, con una oferta educativa que no cambia, y que se padece de una burocracia que vive a costa de mantener atrapado al sistema educativo, con aires de prepotencia y de autismo. ¿Qué se ha hecho para cambiar estos indicadores que son el resultado de todo tipo de evaluaciones? Nada.
Cuando se dio a conocer el Programa Sectorial 2007-2012 de la SEP, Pablo Latapí Sarre expresó: “El programa sectorial de este sexenio es una interminable exposición de propósitos sin diagnósticos, sin fundamentos conceptuales, sin articulaciones con el desarrollo histórico de cada problema (…) Parece que las autoridades privilegiaron cumplir con el cascarón técnico de la planeación y no tuvieron sensibilidad o tiempo para ofrecer una fundamentación del sentido de sus decisiones (…) ello decepciona”. El propio balance de Latapí fue contundente: no tenemos un programa educativo que cuente con una mínima densidad argumentativa; no se definen actores responsables de las acciones propuestas ni se ofrece ningún elemento para juzgar sobre la viabilidad de las mismas, mientras los aspectos financieros casi no se abordan y quedan “sujetos a la disponibilidad de recursos” (enero de 2008).
Otros autores han calificado las iniciativas gubernamentales de “mediocres” e “incoherentes”, como ocurrió con la llamada reforma “integral” al bachillerato (copia del modelo europeo de competencias, de homologación de créditos y de movilidad estudiantil), que fue inmediatamente rechazada por la UNAM y por diversos órganos colegiados de científicos y humanistas. Al respecto, hasta ahora nadie sabe muy bien de qué manera se avanza ni con quién.
Asimismo, el tema de la investigación científica dio sus vuelcos… hacia abajo. En 2008, por ejemplo, se vieron las incapacidades de Pemex y de la Secretaría de Energía para modernizar sus componentes tecnológicos y desarrollar alternativas en los procesos de exploración profunda, o para impulsar fuentes de energía alternativas, porque en todo se pensó, menos en tomar acciones decididas para impulsar la ciencia mexicana en estos y otros ámbitos, como el de la influenza A/H1N1, pese a los reclamos de la comunidad científica en 2009.
Y es que la prioridad máxima del gobierno federal ha sido refrendar la alianza entre las dirigencias del SNTE y de la SEP, en un ambiente plagado de escándalos sucesivos: la rifa obligada de autos de lujo, las maniobras represivas para acallar el conflicto magisterial en Oaxaca, el desprecio a la muy larga huelga de académicos en la UAM, los constantes roces y conflictos entre la secretaria de Educación y la lideresa del sindicato por el control de la SEP, y los frecuentes disparates discursivos de ésta última.
Más graves aún que la frivolidad y el ridículo observados, han sido los resultados de todo lo anterior: que las tasas de desempleo más alarmantes se encuentren ahora entre los jóvenes y entre los egresados de la educación media superior y superior, y que se esté perdiendo el principal activo de una educación ciudadana amplia, de calidad, que propicie la producción y transferencia de conocimientos, ciencia y tecnología en beneficio de un desarrollo con bienestar. Esto, en medio de una crisis que no para y con los recursos más bajos para la educación en relación con años anteriores, que en 2010 alcanzarán apenas para que las escuelas y las instituciones puedan ir saliendo del paso mientras algunos recibirán dinero a manos llenas porque la educación se encuentra atrapada en su poder
Axel Didriksson
MÉXICO, D.F., 5 de enero.
Proceso
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